martes, 13 de marzo de 2012

Podría haber sido poesía.

 Desde que escuché por ahí que vendías tu imagen y tus muecas al mejor postor y eras el vivo retrato de Norma -la prostituta de Cerrito y Mitre- no pude dormir menos de 13 horas consecutivas y enterrarme en la almohada (esa que mordió tu perro Ruffo en una esquina) con una indecible sensación de deleite. Podría recitar poesías que narran meticulosamente mis radiantes despertares, con el honor que el pié izquierdo le cedía al pié derecho después de descubrir que era en vano entrometerse en mi primer paso, después de los sueños apacibles que aparecían como films desde mi cerebro hasta mis ojos. Ay, ese sentirme liviana, despierta, sensible a todos los estímulos que el día me acercaba, sin inquietarme por tus pasos entrando por el pasillo y tu mirada odiándome y amándome a la vez; tus ojos rojos y cansados, queriendo apuñalar cada uno de mis movimientos instintivos, y tus manos arrancándome la ropa para besar toda mi espalda mientras no podíamos pronunciar palabras y los silencios nos ahorcaban. Tu cuerpo hablaba mal.
 Pero, hace dos días, no consigo dormir , lo amaneceres ya ni siquiera se interesan en darme la mano.
Me invade una especie de amargura, y ansiedad; a vos, tan auténtico y estúpidamente sonriente, el escenario te mostró desnudo (como más me gustaba verte) antes de empezar la función. El telón bailando en el piso, vos sin tu rimmel acrecentando tus gestos, el telón dejando tu piel de vampiro a la luz, vos desvaneciendote de terror, el telón mostrando lado más tuyo y menos mío. Ay! justo al segundo antes del que creías encerrar a los espectadores en una de tus pequeñísimas medias de red.
Qué tristeza me causa notar que resultaste tan putita, de las más cotizadas por sus movimientos cautelosos, de rayo, de zorro.
Qué tristeza que todo el barrio lo sepa y hoy estés tan solito y desvalido como el señor Marcos de la verdulería, tan inválido, y tembloroso.
Qué tristeza que no puedo acompañarte en tu muerte... justo tengo turno a la psicóloga (esa de quien voy todas las tardes a nombrarte, en su sofá color café).

Y por dios que no se termine ésta noche dejándome viva, borracha y hablando de vos.

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Susurrá a mis ojos que quieren leer...