domingo, 18 de marzo de 2012

Ovillo de

 Bueno, te contaba... ella gritaba estallando cada uno de los centrales nerviosos de mi cerebro, gritaba palabras en inglés, en castellano, en la mesa, en el patio, todas y cada una que yo no lograba comprender (o no quería), le dije setenta y tres veces (¡y las conté!) que no me interesaba leer sus revistas de moda francesa, pero no lo entendía, y repetía, repetía repetía repetíiiiiia de memoria el artículo de una de ellas que no me acuerdo el nombre. Empezó con todo un berrinche de las cremas, del pasto, de la calle, de las botas, de los platos, y yo no lo pude soportar. ¿Cómo me vas a preguntar eso? No soy capaz de no fumar compulsivamente en momentos como ese, de un momento a otro mi boca se convirtió en cenicero y mis manos eran las de un viejo de larga edad que tuvo parkinson hereditario desde el nacimiento, estabamos los dos inmersos en la habitación y el humo y la rabia y el descontento con todo lo que rodeaba. Mal perfume, mal aliento, olor a pata, en todos los movimientos. Las plantas parecían de plástico, y el papel higiénico de harina, todo en la habitación estaba desparramado y las manchas del vino en la alfombra del living eran más grandes que nunca.
 Ya no podía soportar el nudo invasivo de mi garganta y estallé en el mejor de mis llantos (con mocos y todo), ese ir-venir-ir realmente me descoloca del mapa, me desarma; no sé que pensás vos cuando te cuento todo ésto, dirás que estoy loco, pero me agarran calambres en el cuerpo entero y siento una sensación de caer al vacío con un peso en los pies, ¡que mejor ni te cuento!
 Al instante se hizo de noche en todas partes y me dormí, no no me acuerdo de lo que pasó entre la asfixia de los gritos y el momento en que apoyé mis rulos en la almohada.
 Soñé que me degollaba una sombra-.

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