martes, 24 de julio de 2012

La risa del gato


Fijate que el frío de la noche empezó a gustarle a mis párpados; las luces amarillas, la petaca de whisky en el bolsillo del saco, los fasos en el borde de los labios, y el paso rápido como "yendo a la casa de mi abuela a comer tortas fritas cuando llueve".
De tanto andar caminando, entre el pasto congelado, encontré un gato blanco (blanco para no hacer contraste) con los ojos negros como luces de neón. En realidad (con ésta palabra quiero demostrar que antes estaba mintiendo), él me encontró a mi.
[No voy a hablar de la forma en que nos acercamos sigilosamente -ambos como putas-, esa ya es otra historia].
Pálidos y fríos, éramos la muerte de todos los crepúsculos; lejos del miedo, nos adentrábamos indagando entre los árboles buscando algún buen puente donde dormir y suspender el himno de los grillos.
Siete veces fue mi sombra, dibujando de maullidos el color de la luna que nos enfermaba con la fiebre de su risa burlona; pero... tú sabes, como siempre pasa con los gatos...

  • -puteá, mi amor, putea.
  • con gritos viscerales-

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